La profesora de Isobel

Son las ocho y media de la mañana un viernes cualquiera en casa de Isobel y, como de costumbre, ella ya está lista para ir clase. Gracias al reloj que le regalaron sus padres por su octavo cumpleaños siempre sabe qué hora es y no tiene ningún problema en recordárselo a su madre y a su hermana, que se parecen mucho a un conejito blanco que sale en la tele y que siempre llega tarde a todos lados.

Las cosas favoritas de Isobel son mirar la hora, los perros, el kétchup y el color verde. Por ese orden y ningún otro. Le encantaría que su perro Luka fuera verde. De hecho, cuando lo conoció a Isobel no le gustó, porque Luka es blanco y pensó que lo mejor sería devolverlo. Ahora sabe que no está bien juzgar a los demás por el color de su piel y quiere tantísimo a Luka que es de los pocos que la pueden tocar sin que se ponga nerviosa.

A Isobel no siempre le ha gustado ir a clase. Y es que la mayoría de las veces, la gente no sabe cómo tratarla. A Isobel le cuesta darse cuenta de cuándo le están hablando, le molestan los sonidos estridentes y no siempre ve a los demás. Pero con Mara, su profesora actual, nunca ha tenido este tipo de problemas. Mara tiene los ojos verdes y huele siempre a fresa, lo que agrada a Isobel, que no soporta los olores fuertes. No sabe su edad exacta, pero se figura que es muy vieja, como todos los mayores. Además, le gustan los perros, aunque no tiene porque su casero no le deja. Por eso, todos los días cuando llega a clase, lo primero que hace Isobel es preguntarle si ya se ha cambiado de casa. 

A Isobel no le gustan los cambios, por eso el primer día de clase siempre es muy difícil para ella. Hay demasiados ruidos y cosas nuevas que no ha visto nunca y que pasan tan rápido por su mente, que hacen que termine muy agobiada y, como ella dice, que le duela el cerebro. Cuando se siente así, Isobel no puede hablar y la gente se altera, porque no saben qué le pasa. La primera vez que Mara vio a Isobel, esta estaba en medio del pasillo dándole golpes al suelo y sin poder mediar palabra. La jefa de estudios estaba fuera de sí, la campana había sonado hacía ya diez minutos y cada vez que intentaba incorporar a la niña, esta se ponía a gritar. Mara, con mucha calma, le pidió a la jefa de estudios que se llevara a sus alumnos al aula. Habían formado un corro alrededor de Isobel y sus risas y gritos no hacían más que empeorar la situación. Apagó las luces del pasillo, que eran muy fuertes y seguramente le hacían daño, y se puso frente a su nueva alumna. Tranquilamente, le instó a que la mirase. Tardó un poquito, pero cuando lo hizo, Mara se presentó brevemente y le pidió dulcemente que le acompañase a clase. Isobel se pasó los primeros días sentada en su pupitre con la cabeza gacha escondida entre los libros, pero a diferencia de otros adultos, Mara le dejaba su espacio y le pedía al resto de niños que hablasen bajito para que su compañera se pudiera sentir un poco mejor. A las semanas, Isobel empezó a hablar y le hizo a Mara un dibujo de un perro verde muy peludo que aún está colgado en la pared.

Un día cuando Isobel entró en clase, Mara no estaba. Al parecer se había quedado sin mamá. Cuando volvió intentaba sonreír, pero no le salía muy bien y el verde de sus ojos no brillaba tanto. Isobel no puede mentir, pero sí sabe cuándo alguien no dice la verdad. A veces se hace la tonta, porque su hermana se queja de que es un poco repelente. Pero con Mara no podía hacer eso. Siempre la trataba bien. Así que, aunque a Isobel no le gustan los abrazos, creyó que a su profesora le vendría bien uno. Por ella podía hacer una excepción. Cuando la abrazó, Mara se puso a llorar. Isobel pensó que quizás había metido la pata, pero Mara le dijo que a veces la gente también llora de alegría.

A veces Isobel también se pone triste, porque algunos niños se ríen de ella y no quieren sentarse con ella en el autobús cuando van de excursión. Le llaman bicho raro y nunca la escogen para jugar al balón prisionero. Algunos padres les dicen a sus hijos que Isobel es especial. Parece algo bueno, pero cuando a Isobel le toca estar sola en el recreo cree que es más bien un castigo. Un día le dijo a Mara que nadie quería ser su amigo, porque no era normal.

- Y, ¿qué es ser normal? —le contestó su profesora muy seria—. Nadie es normal, Isobel, todos somos diferentes, no hay dos personas iguales. Todos tenemos defectos, cosas que molestan a otros o que les parecen raras. Seguro que tú también crees que a veces los demás somos raros, ¿a qué sí? También tenemos cosas buenas que nos hacen únicos y especiales. Somos dos caras de la misma moneda. Por eso, tú eres tan extrañamente normal y especialmente rara como cualquiera de nosotros. Solo tienes que encontrar a alguien que te quiera como eres, y que incluso te ayude a ser mejor.

- Entonces, cuando lo encuentre ¿tendré un amigo? —Isobel quería asegurarse de que lo había entendido bien—. 

- Sí, así es. Pero si lo piensas bien ya tienes una amiga. 

¿Quién? —preguntó extrañada—.

- ¡Pues yo! —exclamó Mara como si fuese algo obvio—. Y si quieres te puedo ayudar con algunos compañeros de clase a los que creo que les vas a gustar tanto como a mí. ¿Te apetece?

           Desde aquel momento, ir al colegio se convirtió en la quinta cosa favorita de Isobel.

Comentarios

  1. Composición y gramática exquisita. Un epítome de como la sencillez puede llegar a ser paradójicamente elaborada, y elegante.
    Por otra parte, felicitar a la autora por su excelente tacto a la hora de abordar temas tan complejos.
    Mis más sentidas felicitaciones…me he sentido transportado a una época en la que todo era mejor.

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